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domingo, 23 de octubre de 2016

El alma del cofrade...



Desde el inicio de un día que apago sus destellos entre nubes de hermandad, Manuel  se lanzó a colorear sobre el tapiz gris de la ciudad una anochecida de ilusión, de esperanza, de pasión para que un elenco de cofrades de raza nos hiciera estar en la gloria de un Dios que nunca pronunció un no, y de una legión de corazones sinceros que a todo el que hasta ellos se acercaba apasionadamente recibían para que plácidamente se instalara en cualquiera de sus esquinas. 
Atesoraré eternamente en la nostalgia de mis más entrañables recuerdos el momento del amor, de la verdad y de la humanidad en estado puro venidos desde Sevilla; esa pasión, esa vehemencia en el sentimiento que pellizca el corazón de un hombre bueno de verdad y que pide permiso para acariciar, para mimar, para besar sus manos y bendecir a Manuel con el mismo Cristo, que también empieza por “C” y que bendice a su hijo por Triana cada madruga, para apasionarse entre las puntadas de oro en el tafetán de su túnica morada y para eternizarse en lo abatido de su aire al aguardo de una cuaresma impregnada de esencia a Dios de verdad. 
No corro la cortina sobre un hecho notorio y ostensible como es el que a menudo me crispan los entresijos y retorcimientos de este mundo cofrade que debería ser ejemplar siempre –
a veces con motivos, a veces sin ellos-, pero autorizarme a que en el día de hoy sienta orgullo del corazón y el alma de los cofrades.

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