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domingo, 21 de febrero de 2016

Los ritos...



El cofrade tiene sus tiempos perfectamente organizados en las revoleras más hondas de su ser, su caligrafía de la ortodoxia, sus rincones del espíritu y de la materia, sus días vitales que siempre están más allá de cualquier razonamiento. Los que ignoran este código sentimental del cofrade suelen también encontrar grandes dificultades para adentrarse en su estructura comunicativa. Resulta difícil captar la identidad popular, propia, única del cofrade cuando se arrincona la raíz del rito. Y…un rito es, para el cofrade, todo lo que circunda sus realidades devocionales. Un rito es acudir cada viernes de la recién estrenada Cuaresma a la llamada del Señor en solemne y devoto Via+Crucis y un rito es guardar silencio cuando de madrugada su cruz arrastra... Un rito es esperar a que aparezca su figura en la ojiva de San Pedro enmarcada y un rito es contar los días de la larga espera al revés, hasta el domingo de su Pasión, prologo indiscutible de la Semana Santa. Esta es la perspectiva cofrade no del tiempo como utilidad, sino del tiempo como milagro en que cada cosa se produce a la manera de un regalo de lo puramente suntuoso, la manifestación graciable del sentimiento de estar vivo… La ceremonia de la Gracia.
Los domingos que anuncian ya la deseada primavera son, para el cofrade, como esa gracia anunciadora de que ya estamos en la metafísica de la emoción. Y este anuncio es por tanto algo que se nos da, un don, un regalo que supone la superación del tiempo utilitario y cotidiano. Así, el Domingo de Pasión se entraña en el cofrade, queriendo o sin querer, consciente o inconscientemente, con una fuerza ritual incambiable. Y además, sencillamente, como algo que llevara siglos circulando en la sangre de las cosas, porque sí. Por eso no hay calendario capaz de explicarlo ni de modificarlo.
Y cuando baja de su altar Dios y se reviste de Nazareno, en la hora, en el día exacto en que el jueves empieza a tornarse de morado, la ciudad, sus cofrades, saben que hemos entrado ya en el surtidor de sus días iluminados.

domingo, 14 de febrero de 2016

Vale quien sirve...sirve quien vale...

Plumazo a plumazo, todo esto, estaba manuscrito ya desde hace algún tiempo en los pespuntes de mis entretelas, pero no hallaba la ocasión para asomarme a los miradores de los sentimientos y dar rienda suelta a mis más hondos e íntimos silencios. Quien lo anotó en mi alma y lo modeló en mis sentires se fue volando, zarpó –como fervoroso y fiel devoto de una ilusionante forma de vivir- presuroso para preparar esa expectación que siempre parece eterna… Exhortado por ese cuidado revestido de desvelo, que se torna en impaciencia y se revela en cálida explosión de luz, color, sabor, olor, fe, oración…que, a todos los que destilan y despiden su luz les invade cuando la primavera acompaña su presencia. Es la gloria de nuestra esperanza y esa remembranza de auténtico regusto a calles perfumadas, a iglesias de altares de cultos invadidas y enseñoreadas,  y ese siempre presente aroma a Dios fresco, recién implorado, inmaculado que… no tiene nombre. Auténtico sabor, que solo lo encuentro en el recuerdo y en los sueños que se repiten desde niño.  Y…es que Él y Su Madre lo son todo…son compositores de nuestros sueños, escritores de cuentos que nos adormecen y al abrigo de Su corazón, hombres y mujeres cofrades, cristianos de bien, nos sueñan y nos quieren siempre junto a Ellos…son pregoneros de la dura lucha del día a día de nuestras vidas, decidores de versos y oraciones aprendidas, que al recitarlas dejan en la boca sabor a sangre presentida y dolor en una pasión de siglos transmitida. Y es que en estas tradiciones y devociones heredadas se viste la hechura de postinería de bronce antiguo… Y es que son Ellos, los que poseen la gracia, esas soberanas maneras para subir a esos confines azules que no son más que la gloria que esperamos alcanzar desde esta lastimera tierra.
Se nos fue volando, como se va la semana de los sueños y las vivencias, y otra vez una nueva espera para que el cielo se adorne de estrellas, para que el niño golpee el tambor a compás y con fuerza… para que tus ojos escondidos Madre, nos traspasen con su mirada, y rompan en lágrimas antes que entre un nuevo Viernes de dolor y muerte presentida, y temblores de cielo y tierra se aposenten por las esquinas.
Y todo esto, dejando ese relevo sin cambio alguno en “llamás” y maneras, con aromas de maestría y sarmientos nuevos. Jamás ha de volver. Enmudeció  su marcha y se fue. Canalla la vida, esa vida que a veces hiere sin razón alguna. Se fue Marcelino Abenza y surcaron con él los veleros de las ilusiones que navegan por las cavilaciones de la gente noble y grande como lo fue él.
Ahora el temple y el buen hacer y el espigar de las buenas costumbres, formas y maneras se queda triste, desolado, la Ciudad Real cofrade y la desagradecida enmudeció y la carne de gallina recorrió su cuerpo entero, penetró el gemido en ese cuerpo a cuerpo dejando que el ciprés vistiera mortaja de negro austero y sobrio. Y la Semana de su pasión sin su novio de toda la vida. El que más la piropeo y el que más se supo recrear en sus andares y hechuras de buen gusto y maestría. Caricias a golpe de martillo, fragua y yunque, repiqueteo de campanas que contagian pasión. ¡Y se nos fue volando! Ya ni el racheo de las penas de su Señor se sanan de esa aflicción, ni el cielo se viste de estrellas, ni el niño golpea el tambor, ni los ojos oscuros de Soledad traspasan con su mirada para romper en lágrimas antes que entre el nuevo día y hasta luto lleva el compás. Realidades que hieren metales repujados y una plaza, carmelita plaza que se queda desolada con la saliva amarga en amarga Pena… Y ese corazón, postigo de piropos y de proyectos entusiastas, crepúsculo en murallas y portadas que se duelen en pavimentos acariciados por nazarenos de devoción descalzos… Y en el aire su nombre… que se hace silencio ahogado por collaciones desorientadas llenas de quebrantos. Ya ni la misma cal se viste de blanco. Ya ni la misma alegría se corresponde en sus faenas y ajetreos de puertas afuera. Y después de todo esto se sigue y se seguirá escuchando esa otra copla en el silencio de su voz inquebrantable, ¡ahí quedo por siempre el legado de quien supo ser marido, capataz y padre!