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domingo, 20 de octubre de 2013

La gloria de una ciudad...

Y se asoma  el invierno… a ésta ciudad tan fría que congela el llanto de los cofrades adelantando…quizás los sentimientos enraizados en su historia.
Y sigue siendo su bóveda clara alumbrando quimeras, cómo las estaciones de una vida por un habito  de paño pardo abrigadas en cada surco que delata su docta y sabia pluma.
Y mana  de su cielo, corriendo, el agua, cómo con prisas en esa plazuela que da paso al más puro y hermoso sagrario que guarda tradiciones y emociones de tiempos pretéritos.
Y cantan ruiseñores tras las cancelas del rancio monasterio, otro quehacer para resucitar como el ave fénix del poeta.
Y se ha quedado triste el convento sin su silencioso andar, sin su reservado mudo y quedo redactar… y llora la ciudad sombras cosechando los sueños del mañana... quizás mis sueños.
Idealizando una cosecha eterna en la comisura de las risas.
Y sigo aquí… venerándote con la mirada, cogiendo tus oraciones, tus vivencias al vuelo, con mis manos… sintiéndome aire, espiga o canto mellado por el tiempo al abrigo de los muros del Carmelo.
Y el verde es blanco Carmelita en el azul del cielo y sigo caminando por los sueños de mi ciudad yerma de sentimientos, tradiciones y respeto por tus más íntimos e inviolables adentros.
Despertando al sentimiento en el reflejo dorado, de un Sagrario que lejos de un soñado marzo nos dibuja una cuaresmal primavera de los sueños que despiertan a la oración y la penitencia.
Y quizás me encuentre… en los prados verdes de la vida o solo voy de paso por mi ciudad, por mi tierra mientras los sabios escritos de la Doctora, Reformadora y Santa permanecen intactos por la historia.
Y quizás un día recuerde que dejé sembrado mi corazón entre sus piedras centenarias enamorado de la sencillez de su ascetismo, la verdad de su recogimiento y los cantos de unos ángeles que hacen florecer en otoño las amapolas.

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