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jueves, 4 de febrero de 2010

El olor de la Semana Santa...


Conforme se esfuma el olor a recién nacido de un Dios que cada año renueva y afianza nuestra fe, a medida que se pierde el color rojo vivo de una flor de pascua ya arrugada y vencida por la sequedad, aparecen otros aromas que en realidad nunca habían acabado de irse.  La Semana Santa huele agria, huele a veneno del malo, enraizado, de ese que no se disimula encalando nuestra alma acudiendo a cultos y dándonos golpes de pecho delante del oficiante de turno. Ése que descubre aquí, al sur de la provincia  el agua traicionera donde disolverse y mezclarse con el populo. Esta conmemoración desprende acidez, huele a envidia y ostentaciones, a celos subterráneos y a prensa inerte que no se moja y que cuando se moja lo hace según las directrices dadas por el poder establecido. Huele a represalias, a portazos en la cara y a puñales que se clavan por detrás. A intentados ofensores  y a ofendidos que su único medio de vida es ofender. A esos que pelearon en tantísimas batallas y levantaron imperios, que renovaron ruinas por palacios, y franquearon juntos tantos barrizales, a esos mismos que hoy no son capaces de darse la mano ni de mirarse a la cara. Qué difícil es dar un paso atrás y que sencillo es el olvido. ¿Verdad?

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